Vómitos y delirios de un zarabandista

Juan el Zarabandista

martes, 14 de diciembre de 2010

La nueva diosa

Soy la niña mimada de la democracia
la hija inocente del voto universal
en estos momentos vivo mi adolescencia
ahora soy una diosa fuerte, sin clemencia
Imagina un rombo partido en dos
El triángulo de arriba ellos
El poder aparente
Simbólico
Económico
El triángulo de abajo ellas
Dominando de la raíz
El poder sutil
Sensualidad en el vivir
Yo he destruído ese rombo en Occidente
He aniquilado a la falocracia
Ahora soy yo quien tiene pene
Ya no hay quien me pare
Me he follado hasta a Simone de Beauvoir
He creado un ejército de depredadoras
¡No nos provoques!
He conseguido que ellas se apropien de lo peor de ellos
Y que ellos estén desubicados, confusos, inseguros
Ya he ocupado los gobiernos
Pero sigo creyéndome revolucionaria
En España está mi sede
No descansaré hasta destruir vuestros muros
No busco la igualdad
No busco la complementariedad
Aún se me resisten salvajes de todo el mundo
Pero tengo una duda. . .
¿Seré hija del machismo?

Juan se cree muy listo, pero no lo es tanto

Es un pensamiento extendido ése que dice que la inteligencia camina cogida de la mano con la infelicidad o, para los que poseen una mente más cuadrada, que los puntos de CI son inversamente proporcionales a la dicha humana. La verdad es que se trata de una hipótesis que, si investigamos de forma superficial, deberíamos afirmar sin duda, ya que parece estar histórica y casi científicamente demostrada.
Nietzsche, por ejemplo, pudo adquirir cierta misoginia a partir de su fracaso amoroso con Lou Von Salome, que se marchó con el mejor amigo del filósofo (Wagner), todo esto, aderezado con una vida solitaria, errante y desdichada, que no le ofreció otra cosa que predicar un superhombre que él nunca llegó a ser. Mozart murió pobre y fue enterrado en un lugar que ahora ocupa una gasolinera austriaca y a Stephen Hawking le zurra su esposa.
Yo, a pesar de los múltiples intentos de medio mundo por adosarme tal etiqueta, no me considero inteligente, por no decir que gran parte de mi vida parece haber sido encaminada a demostrar con contundencia que no lo soy. ¿Conoces a alguien que necesite chocarse no una, ni dos, ni tres, sino mil veces contra la misma pared para darse cuenta de algo? ¿Sabes de alguien que haya buceado en los peores vicios y hábitos creyendo que en la autodestrucción está la clave? ¿Te suena algún jilipollas que haya contradicho al mundo entero y toda su cohorte convencional, pasándose ratos y ratos pensando en cosas que probablemente no tengan la menor utilidad práctica? No, no digas que no, que me conoces. . .
Dijo un maricón inglés al que aprecio que la experiencia carece de mérito, pues no consiste en otra cosa que haberse equivocado una y otra vez. Según la RAE, la inteligencia es la “capacidad para comprender, entender y razonar”. Pero, ¿si has saboreado tantos platos, muchos prohibidos y lejanos, te has caído mil veces hasta tener el culo lleno de cayos y, aún así eres lo suficientemente joven como para razonar y comprender que, quizás la inteligencia sea esa capacidad que tenemos para aceptar lo que somos y lo que nos rodea, para saber adaptarnos a las circunstancias? Ahora escribo esto sin ningún motivo, con un café al lado y un cigarro en la boca, mientras suena mi Paco de Lucía, y a pesar del calor, siento que, salvo 5 grados menos, no puedo pedir nada más a la vida.
Quizás, mirándolo desde otra perspectiva, Nietzsche era uno de esos pocos que sabían aguantarse a sí mismos, y a pesar de que se le hubiera diagnosticado un tumor cerebral con 24 años y haber contraído la sífilis por arrejuntarse con mujeres menos virtuosas que Salomé, era feliz bajando de la montaña un día, como el probe Migué, y saludando a las fruteras, que le recibían con una sonrisa (como él mismo nos cuenta). Es posible que Mozart, sin un puto duro, sintiera un éxtasis de felicidad mayor al de cualquier placer lisérgico componiendo. Sí, puedo imaginármelo con los ojos cerrados y una sonrisa, tocando las notas de una sinfonía vital e intelectual que sólo él podía entender, razonar y comprender. Y también puede ser que Hawking sea más feliz con su universo y sus marcianitos violentos que cualquier intelectual progre que le hubiera aconsejado la eutanasia. Y es que, ¿cómo le va a parecer al tonto que es él mismo infeliz con su pan cuando ignora a que sabe el jamón serrano? Que el tonto y el pobre sea dichoso con su pobreza y su tontería, que el inteligente lo sea con su locura.

La niña que alivió mi alma

Era una noche más para mi amigo y yo y fuimos a los arquitos
Me gusta ese sitio
No hay hermosos e indiferentes culos que se paseen por tu napia
ni carteles de famosos promocionando un producto
tan sólo viejos

Abrimos la litro y yo le di a mi amigo un Marlboro
Nos pusimos a hablar
mientras que esperábamos que a nuestras bocas llegara una musa
salieron los estudios, el sexo los y poemas de García Lorca

En ese momento una pelota rodó hacia nuestros pies
un niño y una niña de unos siete u ocho años vinieron a por ella
Al contrario de lo que abrían hecho sus padres ellos se acercaron
y sonrieron
Él era rubito y elegante
Ella muy linda y con los ojos grandes
Les pregunté si querían quedarse y dijeron que sí
Les pregunté sobre el colegio
sobre su vida
y sobre su relación
Al parecer eran novios
pero rompieron porque él jugó a la pelota con otra niña
"tener buena relación con un ex es síntoma de madurez"
pensé yo

Hice tonterías, bailé y puse caras
"Eres más chico que ellos" dijo mi amigo
Mi amigo no suele halagarme tan maravillosamente
Después se fueron
pero justo antes de irse, la niña se giró
y me dijo algo con una sonrisa
que haría que esa noche durmiese feliz y sin sombras
sintiéndome un bicho viviente más de este mundo:
"por la noche pienso cosas feas"