Vómitos y delirios de un zarabandista

Juan el Zarabandista

martes, 14 de diciembre de 2010

Juan se cree muy listo, pero no lo es tanto

Es un pensamiento extendido ése que dice que la inteligencia camina cogida de la mano con la infelicidad o, para los que poseen una mente más cuadrada, que los puntos de CI son inversamente proporcionales a la dicha humana. La verdad es que se trata de una hipótesis que, si investigamos de forma superficial, deberíamos afirmar sin duda, ya que parece estar histórica y casi científicamente demostrada.
Nietzsche, por ejemplo, pudo adquirir cierta misoginia a partir de su fracaso amoroso con Lou Von Salome, que se marchó con el mejor amigo del filósofo (Wagner), todo esto, aderezado con una vida solitaria, errante y desdichada, que no le ofreció otra cosa que predicar un superhombre que él nunca llegó a ser. Mozart murió pobre y fue enterrado en un lugar que ahora ocupa una gasolinera austriaca y a Stephen Hawking le zurra su esposa.
Yo, a pesar de los múltiples intentos de medio mundo por adosarme tal etiqueta, no me considero inteligente, por no decir que gran parte de mi vida parece haber sido encaminada a demostrar con contundencia que no lo soy. ¿Conoces a alguien que necesite chocarse no una, ni dos, ni tres, sino mil veces contra la misma pared para darse cuenta de algo? ¿Sabes de alguien que haya buceado en los peores vicios y hábitos creyendo que en la autodestrucción está la clave? ¿Te suena algún jilipollas que haya contradicho al mundo entero y toda su cohorte convencional, pasándose ratos y ratos pensando en cosas que probablemente no tengan la menor utilidad práctica? No, no digas que no, que me conoces. . .
Dijo un maricón inglés al que aprecio que la experiencia carece de mérito, pues no consiste en otra cosa que haberse equivocado una y otra vez. Según la RAE, la inteligencia es la “capacidad para comprender, entender y razonar”. Pero, ¿si has saboreado tantos platos, muchos prohibidos y lejanos, te has caído mil veces hasta tener el culo lleno de cayos y, aún así eres lo suficientemente joven como para razonar y comprender que, quizás la inteligencia sea esa capacidad que tenemos para aceptar lo que somos y lo que nos rodea, para saber adaptarnos a las circunstancias? Ahora escribo esto sin ningún motivo, con un café al lado y un cigarro en la boca, mientras suena mi Paco de Lucía, y a pesar del calor, siento que, salvo 5 grados menos, no puedo pedir nada más a la vida.
Quizás, mirándolo desde otra perspectiva, Nietzsche era uno de esos pocos que sabían aguantarse a sí mismos, y a pesar de que se le hubiera diagnosticado un tumor cerebral con 24 años y haber contraído la sífilis por arrejuntarse con mujeres menos virtuosas que Salomé, era feliz bajando de la montaña un día, como el probe Migué, y saludando a las fruteras, que le recibían con una sonrisa (como él mismo nos cuenta). Es posible que Mozart, sin un puto duro, sintiera un éxtasis de felicidad mayor al de cualquier placer lisérgico componiendo. Sí, puedo imaginármelo con los ojos cerrados y una sonrisa, tocando las notas de una sinfonía vital e intelectual que sólo él podía entender, razonar y comprender. Y también puede ser que Hawking sea más feliz con su universo y sus marcianitos violentos que cualquier intelectual progre que le hubiera aconsejado la eutanasia. Y es que, ¿cómo le va a parecer al tonto que es él mismo infeliz con su pan cuando ignora a que sabe el jamón serrano? Que el tonto y el pobre sea dichoso con su pobreza y su tontería, que el inteligente lo sea con su locura.

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